¿Cómo afrontan la muerte los que no tienen creencias religiosas? - Humanistas Guatemala
Somos un grupo de personas no-creyentes que defiende la libertad de pensamiento, consciencia, expresión y religión, para la construcción de una sociedad libre e incluyente, en donde nadie sea perseguido por su raza, sexo, orientación sexual, identidad de género, creencias religiosas o su falta de ellas.
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¿Cómo afrontan la muerte los que no tienen creencias religiosas?

Recientemente mi esposa y yo hemos sufrido una dolorosa pérdida. En la semana 38 de embarazo, el corazón de nuestra hija Clío dejó de latir inexplicablemente. Había sido un embarazo feliz, de una niñita muy movida, y sin problemas, que se dirigía a su desenlace esperado. Sin embargo, por este accidente, tuvo que ser interrumpido ya en su recta final. La razón más aparente de dicha desgracia, parece ser una triple vuelta de cordón apretada en una pierna, doble en otra, y doble en un brazo. El riego no le llegó a la nena. Se quedó dormida. Y ya no despertó.

Cualquiera puede imaginarse lo que esto ha supuesto para nosotros como padres, nuestros hijos pequeños y el resto de la familia y amigos. También para todos los amigos de Guatemala que se acercaron no solo a darnos palabras de consuelo, su sentido y sincero pésame, que se volcaron en echarnos una mano en los infinitos aspectos prácticos y emocionales en momentos tan duros. Les estaremos agradecidos de por vida.

Al día siguiente de nacer, y tras pasar el amargo trago de velar solo el féretro de mi hija en la morgue, decidimos incinerarla. Por fortuna, gracias a que se regó la voz, vinieron a la capilla del crematorio numerosos amigos a acompañarme a dar este último adiós improvisado a la bebé.

No hubo ninguna celebración o rito religioso, solo dirigí unas breves palabras de agradecimiento a los presentes. Estuve bastante entero recibiendo a los amigos y así le dijimos adiós a la bebita antes de llevarla personalmente en brazos al crematorio. Aunque nadie me lo ha dicho, entiendo que debió chocar, al menos a algunos de los asistentes, la ausencia de toda simbología religiosa explícita y mi relativa compostura en este sobrio y sencillo funeral. ¿Cómo hacen los que no tienen creencias para llevar el dolor y la pérdida? ¿No sufren igual que los creyentes? ¿Acaso sufren más? ¿Acaso son personas relativamente más insensibles y les da igual la muerte? imagino que se preguntarían.

¿Cómo hacen los que no tienen creencias para llevar el dolor y la pérdida? ¿No sufren igual que los creyentes? ¿Acaso sufren más? ¿Acaso son personas relativamente más insensibles y les da igual la muerte?

 

Nací en una familia de españoles, culturalmente asimilada a la mayoría católica del país, pero no practicante y, de hecho, sin fe en Dios o en la doctrina cristiana. Aunque por conveniencia práctica de mis padres fui a un colegio católico durante la primaria, y me educaron allí con valores cristianos y me sometieron a clases de religión y catequesis para la primera comunión, nunca tuve fe, nunca sentí la necesidad de creer o creí en la existencia de Dios. Recibí automáticamente los sacramentos cristianos católicos mientras fui menor de edad, pero en cuanto me permitieron elegir, elegí ser coherente con mis pensamientos y creencias constantes desde mi infancia: nunca vi a Dios, solo representaciones artísticas, más o menos figurativas o abstractas de lo que culturalmente se supone que es él; nunca me ha hablado cuando le pregunté si estaba o existía mientras fui niño. Fui un niño muy imaginativo, aficionado a la lectura y a la ficción de fantasía, pero nunca tuve amigos imaginarios, ni experiencias paranormales. De adolescente empecé a leer textos para adultos y descubrí que no hay pruebas científicas válidas que demuestren la existencia empírica de un ser supremo supranatural, una deidad o deidades. Y, sencillamente, he vivido más feliz que desdichado, por suerte, sin tener una religión. Mi boda fue civil y ninguno de mis hijos está bautizado, educado o iniciado en religión alguna.

Fui un niño muy imaginativo, aficionado a la lectura y a la ficción de fantasía, pero nunca tuve amigos imaginarios, ni experiencias paranormales.

 

Se cumple la circunstancia casual de que este año, una semana justo antes de la muerte de mi hija Clío, cumplí cuarenta años. Desde que cumplí treinta y nueve, por tanto, desde hace un año, llevo reflexionando en la significación de ese número. Supongo que debe ser lo que generalmente se conoce como “la crisis de los cuarenta”. Si una esperanza de vida media, razonable, son los ochenta años de vida, con suerte, y redondeando para los llegan a viejos, llegar a los cuarenta supone llegar al ecuador de la vida. Es ese momento en el que uno se da cuenta que dejó atrás la juventud o la madurez joven o primera y se enfrenta a la segunda mitad de la vida, en la que verá morir a sus mayores, a sus contemporáneos, a su pareja, a sus hijos, a sí mismo.

Muchos hombres, desesperados ante esta idea, les da por hacer todo aquello que se les quedó pendiente en la juventud, aferrándose desesperadamente a lo que les queda, muchas veces perdiendo la compostura y el decoro que se le supone a un señor de cuarenta años: se echan una amante y dejan a la esposa, se implantan mechones de pelo si son calvos, se compran un carro deportivo caro, empiezan a destrozarse la salud corriendo, en una bicicleta o en el gimnasio, etc.

A mi me dio por leer libros de filosofía que abordan el tema de la muerte desde un punto de vista no religioso, especialmente a los estoicos clásicos o autores influenciados por ellos. Me preocupaba saber cómo enfrentan los que no creen la pérdida de los seres queridos y su propia muerte. Cumplir cuarenta años significa empezar a ver morir a todos los que quieres, es empezar a encarar tu propia muerte. Y uno debe estar preparado, con la serenidad necesaria para mirarla a los ojos, sin miedo, y entregarse.

Cumplir cuarenta años significa empezar a ver morir a todos los que quieres, es empezar a encarar tu propia muerte.

 

En cierto modo, esta crisis personal, tan común a los señores de mi edad, me ayudó. Cuando recibimos la noticia inesperada de la muerte de Clío, me sentí preparado, con los deberes hechos. Y quizás escriba algo más al respecto sobre esto en un futuro.

Pero hoy quería dejarles esta interesante respuesta del psicólogo argentino Gabriel Rolón en el que explica de modo claro y sucinto algunas de las ideas que saqué de mis lecturas:

  • No podemos evitar ver morir a los queremos, ni podemos evitar morir nosotros mismos.
  • No podemos evitar sentir miedo por ello.
  • Incluso los que dicen no tener miedo a la muerte, experimentan otros miedos, pues el miedo a la muerte es algo más amplio y complejo: miedo a la muerte de los seres queridos como un hijo, el esposo o esposa.
  • La muerte es pérdida.
  • La muerte es el hecho que nos marca límites en la vida, que nos dice que no todo se puede.
  • ¿Cómo no angustiarse ante la idea de que todo lo que somos, todo lo que hemos soñado, todo lo que hemos amado será tan solo un recuerdo, una foto, una narración cada vez más lejano de los que quedan y nos conocieron?
  • Solo hay una manera de enfrentar a la muerte, y es viviendo, apostando al deseo, apostando a la energía vital que nos lleva a construir todo el tiempo, a armar un proyecto tras otro. Para que cuando tengamos que afrontar el fin, podamos enfocarnos en todo lo que nos queda por soñar, por diseñar, por crear, por construir.

Quizás, como muchos antes han dicho -Friedrich Nietzsche, Ortega y Gasset, Henry Miller, Viktor Frankl, Ayn Rand y tantos otros- la vida carece de sentido o propósito, pero eso no impide que podamos y debamos darle o crearle uno, cada cual el suyo.

* Este texto fue publicado originalmente en LinkedIn. Fue reproducido aquí con autorización de su autor.


Manuel Pulido Mendoza (Badajoz, España, 1977), Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Extremadura (Cáceres, España) y Licenciado en Humanidades por la misma Universidad. Posee un Diploma in European Studies por la University of Kent (Canterbury, R. U.) y más de 300 horas de formación en marketing digital por diversas instituciones y empresas españolas.

Autor de diversos artículos y libros de su especialidad académica, ha sido personal docente e investigador en diferentes instituciones y países. Actualmente enseña y ejerce como Director de la Escuela de Posgrado de la UFM, Ciudad de Guatemala.

Pueden contactar con él en este enlace y por Twitter (@manuelpm)

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